Por Cecilia Teresa Hontoria
La crisis mundial provocada por la pandemia de COVID-19 ha afectado negativamente a todos los sectores de la sociedad en el mundo y han aumentado las desigualdades existentes. A 1 de enero de 2021, se habían notificado a la Organización Mundial de la Salud más de 81 millones de casos confirmados de COVID-19, entre los cuales se contabilizaban 1,8 millones de muertes. La capacidad de muchos Estados para responder a una pandemia de esta magnitud se ha visto mermada por años de inversión insuficiente en los servicios de salud pública. Por otro lado, la saturación de atención sanitaria ha obstaculizado el acceso a la atención médica por otras enfermedades distintas al COVID-19, tanto físicas como mentales. La falta de inversión en promoción de la salud mental ha impedido dar respuesta a las necesidades surgidas a raíz de la pandemia.
Aunque los recientes avances en la investigación de vacunas contra la COVID-19 nos acercan al fin de la pandemia, un informe publicado recientemente, para finales de 2021, en 67 países el 90 % de la población no habrá tenido acceso a una vacuna contra la COVID-19, mientras que algunos países ricos ya han adquirido dosis suficientes.
Del mismo modo, la pandemia ha agudizado la desigualdad existente en el mundo. Según el Banco Mundial, la pandemia de COVID-19 y la crisis económica que ha traído con ella han sumido a entre 88 y 115 millones de personas en la pobreza extrema, lo que equivale a dar marcha atrás un decenio en los avances logrados en la reducción de la pobreza. Las medidas gubernamentales de respuesta a la pandemia que han entrañado el cierre de negocios y han menoscabado los medios de vida de la población también han repercutido significativamente en el derecho a una vivienda adecuada. Las deficiencias en la calidad de la vivienda y las condiciones de vida aumentan el riesgo de infección y propagación del virus.
En lo relativo a la infancia, aunque los niños que contraen el virus presentan menos síntomas y sus tasas de mortalidad son más bajas, los efectos psicológicos que ha provocado la enfermedad en los niños son mayores. Además, se prevé que las nuevas variantes del virus que vayan apareciendo afecten a grupos cada vez más jóvenes.
Con respecto a minorías y pueblos indígenas, la pandemia sigue afectando de manera desproporcionada a los pueblos indígenas. Ha aumentado la mortalidad en personas de mayor edad, viéndose afectada la cultura de las comunidades indígenas, sus lenguas y sus tradiciones.
Los migrantes, las personas de ascendencia asiática y otros grupos han sido señalados durante la pandemia debido al temor de que sean portadores del virus.
Las personas con discapacidad corren un riesgo desproporcionadamente elevado de fallecer por COVID. Además, no se ha consultado ni incluido de manera significativa a esas personas en el diseño de las respuestas a la situación sanitaria.
Enlace al informe completo: https://reliefweb.int/sites/reliefweb.int/files/resources/A_HRC_46_19_S.pdf