Por CECILIA TERESA HONTORIA
Entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) se incluye erradicar la pobreza extrema para el año 2030. En los últimos años se ha avanzado considerablemente en el objetivo de reducir la pobreza mundial, pero debido a la crisis económica causada por la pandemia del COVID- 19 todos estos avances están desapareciendo.
Debido al desplome del crecimiento económico se han acentuado las desigualdades y aumentado la pobreza existente, se ha reducido la demanda interna de productos, lo que ha repercutido en los hogares provocado el despido o la bajada de ingresos, al igual que los altos gastos en atención médica. El sector más afectado por esta crisis es el de los niños, según UNICEF y Save the Children la pandemia podría empujar hasta a 86 millones de niños a la pobreza. Se ha producido el cierre de escuelas, perdiendo de este modo el acceso a comedores escolares, obligando al seguimiento de una enseñanza digital que no es encuentra al alcance de aquellos con menos recursos y afectando drásticamente al desarrollo escolar y social que repercutirá en muchos de los aspectos de su vida adulta. Del mismo modo, también se van a ver afectados los jóvenes, con más posibilidades de acceso a un empleo informal o al desempleo. Vivir en la pobreza implica una mayor exposición al COVID-19 y al impacto de la crisis, provocando un círculo vicioso de creciente pobreza y desigualdad. Los más vulnerables han visto amenazada su salud, alimento, enseñanza e ingresos, entre muchos otros aspectos, dificultando aún más la posibilidad de salir de esa situación.
Por otro lado, serán las clases más ricas y la clase media los que más se favorecerán de todos los cambios tecnológicos que se están impulsando a raíz de la crisis, frente al deterioro duradero que sufren las clases más bajas, acentuando de este modo la desigualdad. Estas circunstancias de la crisis que afectan de manera mundial y generalizada exigen una colaboración y cooperación global. Esta crisis está dejando ver la necesidad de reforzar políticas para salvaguardar los derechos humanos y la protección social, como igualdad al acceso del mercado laboral, la educación, la atención media y los servicios esenciales, así como el cuidado infantil asequible para las familias trabajadoras o una mayor accesibilidad a la educación pública.
Se prevén distintos escenarios que podrían producirse según cómo evolucione la crisis y los cambios en la tasa de pobreza, partiendo en el 2020 de casi 700 millones de personas en pobreza extrema, habiendo aumentado entre más de 34 millones de personas según UNDESA. Desde un punto de vista más optimista, que sería plausible en el caso de que la vacuna del COVID-19 cambiara por completo las perspectivas futuras, se contaría con un gran aumento del PIB (3%) entre 2021 y 2030 y una reducción de la desigualdad en un 25%. Por el contrario, desde un punto de vista más pesimista, en el caso de que la pandemia agravase las debilidades de los países en desarrollo, se prevé un aumento del PIB en un 2% y, por el contrario, un aumento de la desigualdad del 25%. De aquí se extrae que los países en desarrollo y los países menos adelantados representan la gran mayoría de la pobreza mundial y serían más sensibles a las diferentes variaciones, por lo que las ganancias proyectadas en ese escenario más optimista serían mayores en estos países y a su vez serían los que más perderían en el caso contrario. A pesar de esto, incluso en los escenarios más optimistas y utópicos habría cientos de millones de personas viviendo en la pobreza extrema.